El perfeccionismo.
Dicen que las brujas antiguas controlaban los elementos. Que con una palabra movían el viento y con una mirada hacían florecer las rosas y las amapolas. Nosotr@s, l@s perfeccionist@s modern@s, también intentamos controlar los elementos… pero nuestro perfeccionismo ahora son otros: medidas al milímetro, las expectativas que cargamos sobre los hombros, y tantas cosas más… Solo que nuestro conjuro no nace de la magia: nace del miedo.
Durante años, creí que ser perfeccionista era una virtud. Que la vida se ordenaría si yo la manejaba con precisión quirúrgica, que la calma aparecería si todo encajaba perfectamente, si no había errores, si no se escapaba nada del guion.
Pero el tiempo —ese sabio que te pone delante los espejos correctos— me enseñó algo distinto: quería controlar fuera lo que no sabía calmar por dentro.
Mi mente quería exactitud porque mi alma tenía miedo del caos. Mi cuerpo pedía control cuando lo que necesitaba era contención.
El origen del hechizo del perfeccionismo.
El perfeccionismo no aparece de la nada como una flor espontánea. Es más bien una herencia invisible, un hechizo que aprendemos observando, escuchando e intentando sobrevivir.
A veces empieza en la infancia, cuando aprendemos que el amor no es incondicional siempre. Cuando alguien —sin mala intención— nos enseña que “si lo haces bien, te quiero más”, o que “si te equivocas, mejor cállate”. Y así, el pequeño mago o la pequeña hechicera que fuimos desarrolla su primer conjuro: “Si soy perfecto o perfecta, estaré a salvo. En lo alto de la torre”.
El perfeccionismo es, en el fondo, una estrategia de amor mal entendida. Una manera de intentar garantizar cariño, reconocimiento o seguridad. De pequeños, esa estrategia nos salvó; de adultos, muchas veces nos pesa.
Hay también un componente cultural. Vivimos en un mundo que aplaude el resultado, no el proceso; que glorifica la productividad, no la presencia; que prefiere la foto filtrada a la realidad sin maquillaje, y en medio de ese ruido, una parte nuestra sigue susurrandoooo…
“Sé impecable, no falles, no muestres la grieta”.
Pero la grieta, queridos, es por donde entra la luz.
El espejismo del control.
El perfeccionismo promete protección. Susurra que si haces todo impecable, nadie podrá reprocharte nada, y te convence de que la perfección es sinónimo de valor… pero, en realidad, es un trato desigual: tú entregas tu paz y a cambio recibes una ilusión de control.
Te hace mirar constantemente lo que falta, lo que podría mejorarse, lo que aún no está “a la altura”. Y sin darte cuenta, te conviertes en la guardiana de lo imposible. Te roba el descanso, te vuelve rígida/o contigo misma/o y, sobre todo, te separa del placer de vivir.
He conocido a muchas mujeres y hombres que han construido carreras brillantes, hogares preciosos, rutinas brillantes… pero que viven en un leve temblor constante. Esa vibración del “nunca es suficiente”. Como si dentro hubiera una voz diminuta que repite: “Si aflojas, todo se derrumbará”. Pero lo que no nos cuentan es que el control externo no cura el desorden interno. Puedes tener la casa reluciente y el alma enredada. Puedes tener el cuerpo perfecto y el corazón cansado.
El perfeccionismo es un espejo: refleja todo lo que tememos no ser.
Por eso voy a tratar de nuevo mi tema preferido…
El arte de soltar, sin perder la magia.
Soltar el perfeccionismo no significa volverte descuidada, ni mediocre, ni indiferente. Significa dejar de exigir lo imposible. Significa permitirte ser humana, viva, cambiante, imperfecta… y maravillosa igualmente.
Nos exigimos ser buenas y buenos, si puede ser los mejores en nuestro trabajo: ventas, tiempo de gestión rápido, calidad en atención al cliente, innovadores en las nuevas tecnologías, cobrar más incentivos, excelentes profesionales; además, ser buenas amas de casa y padres excelentes; buenos cocineros, limpieza, higiene, además de estar siempre perfectos en cuanto a nuestra imagen; ser buen estudiante, sacar buenas notas; ser buena pareja; ser un buen amigo; ser buen hijo… y un largo etcétera… ¡Son tantas cosas! ¡Qué locura es esta!… Que cuando no llegamos a todo, nos provoca ansiedad, tristeza o depresión.
¡Pues no! ¡Basta ya!
La hechicera Rubia con su varita mágica te dice que empieces por observar tus propios conjuros.
Cuando sientas la urgencia de que todo salga perfecto, detente un segundo. Respira y pregúntate:
¿Qué estoy intentando controlar?
¿Qué miedo está escondido detrás de esta exigencia?
A veces descubrirás que lo que buscas no es perfección, sino seguridad, amor o simplemente la sensación de que todo está bien, aunque no lo parezca.
Practica la ternura contigo: quiérete y mímate. Habla con esa parte exigente como si fuera una niña asustada que necesita calma.
“Gracias por cuidarme todo este tiempo, pero ya no necesito protegerme con el control”.
Permíteme hacer cosas “suficientemente bien” y ser malota o bichito… Deja una palabra fuera de lugar, un comentario que, aunque duela, sea real, una arruga sin planchar, no dejar preparada la cena, un lápiz de labios sin pintar, un plan sin cerrar, que se te olvide comprar el pan de cada día, dejar los aseos sin limpiar, saltarse la dieta, que tu perro se orine en el pasillo porque no has tenido tiempo de bajarlo porque vas liad@… Atrévete a ser muy loquita o un alma tarumba… y…
Observa qué pasa cuando no lo corriges.
Te sorprenderá descubrir que el mundo no se derrumba y que tú, en cambio, te aligeras. ¡Que sí! ¡Que no va a pasar nada por no llegar a todo!
La alquimia interior.
El perfeccionismo es, en realidad, una forma de energía. Y toda energía puede transmutarse. Cuando lo reconoces, puedes convertir esa exigencia en fuerza creadora. Porque detrás de toda perfeccionista hay una mente brillante, una mirada detallista, un alma que anhela belleza y armonía. Solo hay que cambiar la dirección de la mirada: del miedo al amor.
Ya no se trata de “tengo que hacerlo bien”, sino de “quiero hacerlo con verdad”. No de “no puedo fallar”, sino de “puedo aprender”. No de “debo demostrar”, sino de “elijo disfrutar”.
Eso es alquimia emocional: Transformar el control en confianza y el miedo en curiosidad y aprendizaje. Es convertir la exigencia en expresión.
Hoy os quiero regalar un microrrelato muy chic para vosotros, mis lectores…
“La grieta dorada”
Había una vez una hechicera rubia que intentaba crear el hechizo más perfecto del mundo entero. Cada noche mezclaba estrellas, lágrimas de hadas del bosque y un poco de polvo de luna… pero extraído de la cara oculta. (Secreto profesional mío: allí se esconden sustancias de propiedades únicas; no se lo contéis al Amo Luc, que querrá colonizar ese lugar virgen que solo vosotros y yo conocemos).
Pero justo cuando creía tenerlo todo listo, siempre encontraba algo que corregir: una sílaba mal dicha, una chispa fuera de lugar, una nota que sonaba demasiado humana.
Así pasaron las lunas y la hechicera rubia se fue agotando, hasta que una noche exhaló un suspiro tan profundo que el frasco del conjuro se le resbaló de las manos y se rompió en mil pedazos. Y de repente…
EL SUELO SE LLENÓ DE LUZ.
La magia se escapó, libre, bailando entre las grietas del cristal.
Entonces entendió:
Lo perfecto no era el hechizo intacto, sino la luz que se filtraba a través de su ruptura.
Y por primera vez sonrió, pero esta vez sin miedo a que algo quedara torcido.
Reflexión final sobre el perfeccionismo.
Quizá el verdadero perfeccionismo no sea hacerlo todo perfecto, sino mirarte con compasión incluso cuando no puedes más. Aceptar que el caos, el error y la vulnerabilidad también son formas de belleza.
Hay una perfección secreta en lo imperfecto, una danza que solo se revela cuando dejas de corregir los pasos. Así que la próxima vez que tu mente te diga “hazlo perfecto”, enciende una vela, respira y contesta:
“No soy un robot, no necesito controlar el mundo para estar en paz. La paz empieza dentro”.
Y entonces, sentirás cómo se disuelve el hechizo. La perfeccionista se transforma en alquimista. La mujer o el hombre que buscaba control encuentra conexión.
Y tú, alma linda, brillarás de verdad; no porque todo esté en orden, sino porque, al fin, has aprendido a amar tu propio desorden sagrado. En la imperfección está escondida la perfección más pura, la que no busca brillar, pero ilumina igual. Porque la vida no se trata de borrar las grietas, sino de dejar que por ellas se cuele tu luz.
Y esto te lo dice, con polvo de estrellas y verdad en la voz.
Tú siempre amiga.
La Hechicera Rubia
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Qué bonito y necesario lo que compartes. Gracias por recordarnos que “suficientemente bien” también está bien🖤. Nos leemos pronto Hechicera Rubia🪄
Qué lindo leerte. Gracias por recordarme que compartir también es un intercambio. Y sí, «suficientemente bien» nos sostiene más de lo que creemos.
¡Qué reflexión tan mágica!
Hablas del perfeccionismo con tanta gracia que hasta apetece dejar una arruga sin planchar a propósito.
Y lo mejor: al leerte, me siento imperfectamente perfecta y totalmente reflejada. ✨
Por eso, Arancha mágica… Nuestras imperfecciones nos hacen seres únicos. Y como dice un buen amigo… la perfección no existe como no existen olas de mar iguales.
Tu texto es una maravilla: profundo, sensible y lleno de una magia muy propia. Logras transformar el tema del perfeccionismo en un viaje íntimo y sanador, con metáforas que iluminan y una voz narrativa que abraza. Me encanta cómo unes psicología, emoción y poesía sin perder claridad. El microrrelato final es precioso y refuerza el mensaje de forma brillante.
Tienes una forma de escribir que realmente deja huella.