El desvío de la N-324

EL DESVÍO DE LA N-324

Hola, mis criaturas de la noche. Yo, la hechicera Rubia, os traigo una historia de las que ponen los pelos como escarpias. Un camionero, en una carretera perdida, con niebla y gasoil de por medio. Dicen que el protagonista no volvió a mirar por el retrovisor igual… ¡Agarraros, que vienen curvas de verdad!

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Cuando trabajas tantos años en la carretera… terminas viendo cosas que no deberías. Lo que voy a contar… nunca lo he contado completo. Ni a mi mujer. Ni a nadie. Pero creo que ya va siendo hora de contároslo. 

Mi nombre es Diego Talaya, tengo 49 años y llevo desde los 23 conduciendo camiones. He recorrido España entera: Galicia, Murcia, Aragón, Extremadura… Rutas que ni aparecen en los mapas. Caminos que se pierden entre pueblos donde el tiempo se quedó dormido. 

Con la edad, uno se acostumbra a la soledad, a las madrugadas frías, a los cafés recalentados de gasolinera que a veces te provocan una breve infección de orina. Y sobre todo, a los silencios; esos silencios que a veces pesan más que el motor. 

Pero lo que me pasó aquella noche… no entra en ninguna lógica.

Era otoño, principios de noviembre. El aire olía a humedad y hojas podridas. Llevaba una carga de azulejos desde Cuenca hasta Albacete. Un trayecto corto, pensé, sin complicaciones. Salí pasada la medianoche, como siempre. Café, bocata, algo de música descargada y carretera.

La N-320 estaba vacía, ni un alma. 

El cielo cubierto, sin luna. Solo el rugido constante del motor y el parpadeo de las luces del cuadro. Pasaron un par de horas. Yo bordeaba un desvío secundario cuando lo vi; un cartel verde, viejo, medio torcido.

Decía:

DESVÍO ALTERNATIVO N-324: 12 kilómetros más corto.

Jamás había oído hablar de esa carretera. Y mira que llevo media vida en esto. Pero el gasoil ya estaba rozando el rojo, así que pensé:

“Bah… total, será un atajo rural. En diez minutos vuelvo a la principal”.

Así que ni lo pensé, giré. Y desde el primer metro, el asfalto cambió. Era viejo, agrietado, sin líneas ni señales. A los lados, árboles delgados, torcidos, se inclinaban sobre la carretera como si quisieran engullirme y atraparme.

La cobertura del móvil se fue al instante. El GPS se congeló… “¡Mierda!”, pensé. Y el silencio… el silencio era tan espeso, tan profundo, que parecía tragarse el ruido del motor. No se escuchaban grillos. Ni viento. Ni nada.

SILENCIO.

Solo esa sensación de que algo, o alguien, estaba escuchándome conducir.

A los veinte minutos, apareció una luz a lo lejos. Era una gasolinera pequeña, perdida en medio de la nada. 

El cartel decía:

SERVICIO 24 HORAS, con un neón blanco que parpadeaba como si respirara.

Me detuve, bajé y percibí el aire frío; además, olía raro. A tierra, y a algo podrido.

Hastiado de conducir, entré al local. El suelo estaba ajedrezado, las luces viejas tintineaban y las estanterías, medio vacías. No había ni radio, ni música; en conclusión, no había ni siquiera ninguna mosca. Sin embargo, detrás del mostrador había una mujer delgada, con el rostro muy pálido. Se había recogido el cabello en una trenza gris que le caía hasta la cintura. Tenía un delantal blanco, planchado, como si acabara de ponérselo.

—Buenas noches —le dije—. ¿Podría echarme algo de gasoil?

La muy antipática, ni siquiera levantó la cabeza. Solo dijo, con voz seca:

—¿Va a repostar?

—Sí. Pero… ¿Aceptan tarjeta?

—Solo efectivo.

Busqué en la cartera. No tenía ni para medio depósito. Le dije que no se preocupara, que seguía hasta la siguiente estación porque no tenía suficiente dinero en metálico.

Y ahí fue cuando esa mujer dijo algo que todavía a día de hoy me retumba en la cabeza:

Si te vas ahora, puedes volver. Pero si te quedas más de lo necesario… ya no.

Levanté la vista de mi monedero y ya no estaba allí. Fue raro. No escuché ninguna puerta cerrándose, ni un paso. Nada. Solo un zumbido de los fluorescentes que destellaban como luciérnagas en la oscuridad. 

Salí corriendo, subí al camión y arranqué saliendo a escape de ese lugar. Las luces del cartel parpadearon una última vez… y se apagaron del todo. Oscuridad.

Volví a la carretera. O eso creí porque el camino ya no era el mismo. No había curvas, ni cruces, ni señales; solo un tramo recto, interminable. Sin embargo, los mismos árboles, una y otra vez. El reloj marcaba las 4:49. ¿Por qué no amanecía? Ni un indicio de luz, como si el tiempo se hubiera detenido. Y entonces, lo vi. Un hombre al costado de la carretera. Era muy alto. Su atuendo: un sombrero negro y un abrigo largo. No se movía, no miraba y me daba muy mal rollo. Así que pasé de largo.

Cinco minutos después… ¡Joder! Volví a verlo. Exactamente igual. El mismo sitio y la misma postura. Y entonces… entendí que no estaba solo.

Paré el camión y bajé. El aire helado me cortó la piel, y entonces miré atrás. 

Nada, nada de nada.

Pero cuando me di la vuelta para mirar el camión… sentí un golpe seco en el pecho, porque el desvío ya no estaba. Solo había campo y una oscuridad infinita. El camión ya no estaba sobre la ruta. Estaba detenido en medio de un campo árido, sin vegetación. Solo tierra seca y grietas que parecían heridas abiertas. Ningún camino. Ninguna luz.

Subí otra vez a la cabina. Intenté dar marcha atrás, pero nada. El motor rugía, pero las ruedas no giraban, como si algo invisible sujetara el camión.

Encendí de nuevo la radio. Ruido blanco. El sonido era estático, e intenté cambiar la frecuencia para nada. Ya con el corazón a mil, apagué todo, respiré hondo, y entonces escuché susurros. Murmullos muy bajitos, desde atrás del compartimiento donde duermo. No recuerdo bien si era una voz o varias; no lo sé. Pero una frase se repetía:

NO DEBISTE QUEDARTE.

Me giré y nada. Solo mi cena: un triste bocata de tortilla, la botella de agua y la soledad.

Y de repente… ¡PAM!

Un golpe seco contra el parabrisas. Un cuervo. O algo parecido… negro, enorme, con los ojos blancos, pero sin pupilas, me observó unos segundos y salió volando hacia la nada.

Intenté arrancar otra vez, pero el camión no respondió. Apreté el acelerador y salí cagando leches y, en un parpadeo, estaba de nuevo sobre el asfalto.

Un cartel frente a mí rezaba:

ESTACIÓN DE SERVICIO CEPSA-VICTORIA-2KM.

El reloj marcaba las 9:12 de la mañana. Había pasado toda la noche, pero para mí fue media hora.

Al fin, llegué tambaleando a la estación. Pedí un café y le pregunté al camarero si conocía la N-324. Se quedó callado.

—No hay ninguna ruta con ese número. La vieja nacional 324 se cerró hace 30 años. Un puente se vino abajo y murió un camionero. Dicen que el conductor, al ver que el puente se desplomaba, aceleró y se cayó por el barranco. Solo encontraron un sombrero negro sobre el barro. 

Me quedé mudo. Volví al camión, y en la puerta del acompañante, lo vi: una marca de mano, larga y huesuda, marcada en el metal. La lavé, intenté que desapareciera, pero cuanto más lo intentaba, más reaparecía. Era imposible quitar esa marca.

Pasaron los meses, y una noche en un área de servicio conté lo que me pasó. Un viejo camionero me escuchó sin interrumpirme. Al final, dijo:

—A veces, las carreteras viejas no desaparecen. Se quedan ahí, como heridas abiertas. Esperando a que alguien las vuelva a pisar.

—¿Y por qué yo? —le pregunté.

—Quizá para cerrar la herida. —me contestó.

No dormí esa noche, pero al amanecer, decidí volver. Tomé la A-45 hasta el desvío, el mismo punto donde todo había empezado. Nada. Campo, olivar, y un cártel oxidado que apenas se sostenía. Me bajé, caminé unos metros y en la tierra, entre las grietas, encontré algo.

Una placa metálica, medio enterrada. 

Se leía:

“En memoria del camionero Damián Moreno, apodado “Black hat”, fallecido el 4 de marzo de 1992. Que su alma siga su ruta”.

Me quedé quieto. El aire ahora olía a tierra húmeda, aunque no había llovido. Y por primera vez en meses… sentí calma. 

De fondo, la radio del camión se encendió sola. Sin tocarla. Ruido de fondo, y después, una voz. Mi propia voz, pero sonaba lejana y en paz:

—Gracias por traerme a casa.

El viento sopló. El cartel de metal se desprendió y cayó al suelo. Y justo detrás de donde había estado, apareció, por un instante, el viejo cartel verde:

“DESVÍO ALTERNATIVO N-324-12KM MÁS CORTO”

Lo miré, parpadeé y entonces desapareció. 

Desde entonces, cada vez que paso por esa zona, la radio se llena de interferencias. Pero ya no me da miedo, porque sé que esa noche, en algún lugar entre las rutas del norte y el sur, una carretera vieja se cerró para siempre. Y un alma cansada… por fin llegó a destino.

Y hasta aquí la historia de Diego Talaya y la ruta que nunca debió tomar. Dicen que, a veces, cuando uno viaja solo por la Nacional 324 de madrugada, puede ver a lo lejos una estación sin nombre, con un cartel que parpadea. Si te ocurre a ti, sigue de largo… No te detengas. Porque algunas rutas, igual que algunos recuerdos, nunca terminan de cerrarse.

Y eso, amigos, es un consejo que os da, siempre vuestra:

La hechicera Rubia. Nos vemos en la próxima curva.


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10 comentarios

  1. Hay carreteras que no figuran en los mapas.
    Que se abren solo para quien, quizá, no debía recorrerlas.
    Diego Talaya, camionero de mil rutas, se adentra una noche en una de ellas.
    Lo que encuentra no es peligro inmediato, ni monstruos visibles…
    es algo más sutil: el silencio que lo observa, la carretera que parece respirar, el tiempo que se detiene.
    Es una historia de tensión silenciosa, de presencias que no se muestran, pero que se sienten.
    De cómo lo cotidiano puede transformarse en algo inquietante… y cómo, a veces, un viaje puede convertirse en algo que trasciende lo físico.
    Porque algunas rutas no desaparecen nunca.
    Solo esperan a que alguien vuelva a recorrerlas… y tal vez, cierre lo que estaba abierto.

  2. La ambientación me ha encantado. Consigues que se sienta la inquietud y la soledad del viaje de Diego. Un placer leerte, como siempre, Hechicera Rubia. 🌒

    1. Cada vez te superas más!! He sentido mucho miedo, tanto en la anterior historia, como en esta!! Lo he escuchado y es aún más espeluznante!!
      Después de leer esto, me va a dar miedo hasta parar en una gasolinera Repsol a por un café 😳☕️. Ese “desvío alternativo” suena más a atajo al infierno que a carretera secundaria. Y eso pasa mucho con el Google maps, te lleva por atajos inexplicables y solitarios!
      Muy bueno y terrorífico!!
      Te leo y escucho en tu próximo relato!! 👻💀🎃

  3. Una historia espeluznante que es perfecta para estas fechas oscuras además escucharlo con el audio te hace sentir que estás dentro de esa historia sientes cada sonido, tendré en cuenta no desviarme por caminos solitarios y menos por la 324 igual que no hay que confiar en las personas que nos encontramos que a veces es mejor salir de ahí lo antes posible. Muy buena historia Hechicera Rubia tengo ganas de tu próxima historia un saludo 🎃.

  4. ¡Buenas noches, hechicera rubia!
    Cada día te superas con tus relatos, en todos ellos transmites un mensaje que te ayuda a meditar y a reflexionar.
    Y en estas tres partes has conseguido trasladar la esencia terrorífica propia en esta época del año. Realmente sutil y perturbadora.
    Una vez más, te has vuelto a superar. Gracias por compartir tu ingenio.

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